LA TIERRA DE LA PIEDRA NEGRA


¿Querrían convertirse en desiertos en el desierto,
en luz naranja de risa y llanto,
volverse viento y dicha en la arena, néctar, escalofrío, libertad...

sábado, 29 de noviembre de 2008

LA ARABIA FELIZ Y EL SABOR DEL OCÉANO




Decía el Despierto que al igual que el agua de todos los océanos sólo tiene un sabor, el de la sal, sus enseñanzas sólo tenían un sabor, el de la Liberación. Yo en cambio, perdido en los detalles, tengo la fuerte impresión de que cada océano tiene un olor particular, y me parece reconocer el olor del Índico, tal como era en Bombay, paseando por el muelle que está al lado la Puerta de la India, o en los baños de mar y crepúsculo en Aswem. Una noche en Dammam me basta para saber lo que han hecho los beduinos con la inmensa marea de petrodólares; es algo parecido a Estados Unidos, con coches enormes, amplias avenidas, altos edificios, centros comerciales gigantescos por doquier, y todas las franquicias de comida rápida conocidas en el barrio rico de la aldea global. Los hombres van de blanco y las mujeres de negro, los hombres muestran la cara y las mujeres, a veces, los ojos. El chófer que me recogió en el aeropuerto es un musulmán de Madrás, el que subió mis maletas en el hotel, de Bengala, el que me vende el pollo frito es de Pakistán. Todo el mundo parece feliz y tranquilo. La alianza de la familia Saud con los clérigos wahabíes fue un éxito, la alianza del primer productor de petróleo con su primer consumidor, también. La larga supervivencia de los matrimonios desgraciados siempre ha sido un misterio para mí. En realidad yo ya estoy deseando regresar al desierto, el termitero futuro que espantaba a Saint-Exupéry es mi presente, hoy me han fotografiado en la aduana y, por primera vez en mi vida, me han tomado las huellas de todos los dedos. Abro la ventana porque me encanta el olor a mar y el haber heredado el optimismo patológico de mi madre, y mientras intento conciliar el sueño podría jurar que cada océano tiene un olor distinto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo de los dedos y la fotografia... Esa sensación humillante la sentí en el aeropuerto de Moscu en el 89, y en la pared pegada a mi espalda,las rayitas de los centimetros para la altura.Peor suerte la de una compañera de viaje mejicana,que con sus dos niñas pequeñas,la llevaron a un cuarto,la desnudaron y manosearon por fuera y por dentro; y no eran manos femeninas,no.

Un saludo, luilli.