A nadie le importa
si chove no sertão
lejos de Luanda,
aún menos una guerra que duró treinta años;
Igor, el capitán ucraniano, lo sabe,
y por eso bebemos la cerveja caliente de lo absoluto
bajo un tambor de hojalata,
en silencio,
mientras juego con su gorro
diseñado para los primeros cosmonautas,
con sus guantes sin dedos,
idénticos a los que usaba mi padre para conducir.
A nadie le importa si los navegantes llegan muy lejos,
pero el perro sarnoso, los niños desnudos,
la lluvia en el llano,
el viejísimo cocodrilo de la lagoa triste,
todos querían contarle una historia a cualquiera
que viniera, es decir,
a nosotros, a nosotros...
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