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Al vendedor de cabrillas que sabía preparar el parangón
Sencillo es volver a los lugares de la dicha antigua,
bueyes del sol, moneda de dos atunes,
para los tunantes del río Cachón,
caracoles huídos más allá del parangón de anís y gengibre,
cuando hierve la almadraba en fiesta de sangre y abundancia
y Hércules sonríe en la playa de los bienaventurados,
ante lo absurdo de sus trabajos.
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