LA TIERRA DE LA PIEDRA NEGRA


¿Querrían convertirse en desiertos en el desierto,
en luz naranja de risa y llanto,
volverse viento y dicha en la arena, néctar, escalofrío, libertad...

lunes, 14 de diciembre de 2009

PALABRAS DE EMILIO ARNAO SOBRE EL ENCUENTRO DE VOCES DEL EXTREMO



Lo escribe el bueno de Emilio Arnao desde Palma en su magnífico blog. Os lo pego yo aquí, y sabed que Antonio Orihuela amenaza con organizar los encuentros del 2010, aunque sea en lo alto de la duna de Trafalgar...

Moguer III

El último día en Moguer, Emili, Jorge y yo nos fuimos a la playa de Mazagón. Allí nos hicimos la foto de la materia sorda. Mazagón es el Atlántico en su origen de quejido exagerado, la lisura de los pájaros quietos, los niños de Sorolla sin Sorolla. En una cafetería arreglamos el ínterin de nuestro viaje, la amistad, la humedad de los poetas, la esquinera del pueblo moguereño, las calles del surrealismo, el vertiginoso tiempo de un encuentro para el recuerdo, las voces del extremo, las tabernas fragmentadas, el color del cementerio, las pequeñas filosofías, las cenas abigarradas, el ejército de la luna, los poemas contraatacados; Moguer, el tiempo escrito en la luz. Porque fue Juan Ramón Jiménez quien nos unió a todos los poetas por unos días, como si saliéramos todos por internet. Iván Vergara, el mexicanito, grabándolo todo, para una posteridad mortal y rosa, en un cuadro de Remedios Varo, sobre los versos gimnásticos del frío de la mañana. Orihuela sentado en su silla de Picasso. El albatros sobre las mesas de las lecturas del malditismo. Moguer, luz escrita en el tiempo, pueblo para Zenobia cementerial y única, que yo encontré en una panadería comprando el bocado para Juan Ramón. Moguer, poblachón de casas blancas para una época de hombres últimos que siempre llegaban primeros, barroco de una vez, literatura de palabra indeleble para unos compañeros que no querían acabar, que no se querían ir, pero todo acabó, pero todo se fue, en la noche última de Elisa Yorch, con su música electrónica, y, entre llantos de poetas ebrios de trementina, Orihuela nos dio por fin el adiós, quien sabe si hasta el año que viene, quien sabe si hasta nunca, pero, en el coche que nos llevaba hacia Sevilla, en la noche final, dejando Moguer atrás, yo sentí el frío del puñal como un amarillo del subsconsciente, por si acaso Freud venía a repelarme mis sueños viajeros. Nunca olvidaré aquellos días de mundos hacia dentro. Moguer, la literatura clavada como un crimen. Adiós.



Escrito por emilio arnao el 14/12/2009


Moguer II

El segundo día leí yo en la Peña de Flamenco de Moguer. Según dijeron las crónicas leí bien, contundente, enemigo, húmedo, oficial. Había gente en el local. Me sentí como un alción en un mundo de poetas amarillos, querido, de vino dulce, transcurrido como un cadáver vivo. Saqué mis mejores poemas, los publicados y los inéditos. Emili me dio la enhorabuena y me dijo unas cosillas que por modestia no diré aquí. Luego vino el flamenco, la guitarra desgarrada, el lorquianismo, la amistad, la noche moguereña. Ya de madrugada, los poetas de Palma (por la mañana había venido Jorge Espina, este poeta asturiano con voz de albatros baudelairiana) no encontrábamos el hotel. El día segundo de Moguer había resultado juanrramoniano. Habíamos ido a visitar la tumba de Juan Ramón. Yo escribí un poema y lo deposité sobre la tumba. A estas horas habrá salido el poeta ya para leerlo. Eso creo. Moguer es un pueblo para dentro y para sí mismo, decorado por todas partes con versos del poeta, con recuerdos de Platero. Hacía un frío de guerra civil y los poetas comíamos en Los raposo con la charla lluviosa y gorda, como si la prosa se nos fuera a partir en cinco estructuralismos de Roland Barthes. Afianzamos la amistad con el jamón de Manolo, que más bien parecía un cuadro de Paul Klee, por su surrealismo de manos tibias de dibujos alimenticios. A un poeta que viene a leer no se le puede dejar muerto de hambre. Y así iba transcurriendo el día, con el son de los márgenes puros, con la poesía modernista de los karmas vanguardistas. Moguer, estampa de un tiempo para los días gloriosos. Éramos errantes y príncipes, perfumados y alternantes. Antonio Orihuela parecía un cuadro de Corot con su abrigo de peces de colores. Moguer. Amor.






Moguer I

He estado estos días fríos y fraternos de diciembre en Moguer, junto a Emili Sanchez-Rubio, gran poeta de Palma, a quien, por cierto, le han dado el Ernestina de Champourcín, la única mujer del 27. Llegamos a Sevilla y nos chanfleó una huelga de taxistas. Dos horas esperando en el aeropuerto para el transporte público. Sevilla colapsada. Hacia Huelva y de ahí, en taxi platereño a Moguer. Casi como un viaje a la India. Casi como leer a Deleuze. El hotel un buque de oro abierto para nuestro desayuno de viajantes. Habitación de poetas para la poesía surrealista. La noche moguereña, aquella primera noche, era fría como una espada para labios, juanrramoniana como la tumba de Juan Ramón, oceánica como las playas de Mazagón. Al día siguiente empezaron los encuentros poéticos. Líricos de todo el país nos dábamos cita para compartir días de literatura y rosas en un ambiente de vanguardia y modernidad. Todos estábamos en la antología. Nos leímos. Emili leyó como nadie, en español, en catalán, en hindú (por lo de los taxis). Los amigos poetas, entre un París de Breton y las casitas blancas de Moguer, nos íbamos a comer todos muy juntitos, jamón de pata negra, que es como comerle las patas a las bailarinas de la noche. Moguer se estaba poniendo de flamenco y peseta y llegada la noche, cuando ya Baudelaire daba su presencia de poeta maldito, el cantaor Manuel Batista se arrancó por fandangos, dejándonos a todos los poetas con el vino encanallado y el alma atrancada. El primer día en Moguer había resultado un gran pañuelo de naranjas, como en un cuadro de David Burliuk. Hola, Elisa.

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