Hardwald se llama, amor, pero todo es suave aquí hasta que el hambre, la nieve, o la noche fría me expulsen, mientras tanto esto debe ser lo que en sánscrito llaman rotura de límites, paravrti, el bosque en lo profundo de la montaña que, según los ideogramas de Wang Wei, el hombre no conoce, y es verdad, porque otra cosa sin nombre lo conoce, o el bosque mismo se pasea por el bosque, como la confusión entre el sujeto y el objeto de la religiosidad primitiva, la búsqueda de la visión personal cuando ya no es personal, éxtasis y énstasis respirando en el corazón de la sombra de los abetos gigantes que hacen el día noche; cuando un poeta entra en un bosque balbucea incoherencias, ordo naturalis, la antigua ley, la alianza perdida, madre, madre, y desaparece, desaparece sin poder explicar ya a toda una generación poética fascinada con micrófonos de baretos y performances escénicas que la lírica es también circo, pero un circo vacío y musgoso, un escenario de silencios esmeraldas fuera y dentro del pecho.
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