Amor, el tren suizo ha llegado tarde, pero con un minuto exacto de retraso, signos, indicios, iconos, códigos, sistemas, y las cosas, las cosas ,el bosquecito encajonado entre autopistas de Balsberg pasa fugaz y no entiendo el crotoreo escandaloso que recibió al bando gigante de cigüeñas desde los nidos de la iglesia de Castilblanco de los Arroyos, ni los nidos de golondrinas modelados con barro ensalivado y habitados en diciembre, no entiendo lo complejo de ningún sistema complejo, y me atrevo, sin haber pasado de la página dos del tratado de semiótica general y habiendo olvidado lo poco que leí de Kukai, a afirmar que eres muchas cosas, pero sobre todo el petirrojo que se posó sobre tu colección de cuentos, también la monarca gigante, la única mariposa que cruzó un océano para morir en la Breña, y hoy, el copo fresco de aguanieve y terciopelo que se posó en mi cara despertándome como un beso tuyo esta mañana, tu cara iluminada cuando intento explicar que la visión simplista y resignada del karma como crimen y castigo, o bondad y recompensa, no es falsa, pero está incompleta si no se comprende la poderosa e inmediata retribución que genera hasta la más pequeña de nuestras acciones mentales, como mi deseo de robar el bambú y los rosales que resisten con fuerza de vida serena bajo la nieve, con esa elegancia invencible y natural de monje mendicante junto a la fachada de las oficinas de Alpine Finanz, mente, virtud y absurdo, mi absurdo deseo de traducir idiomas inexistentes y presumir de augur ante ti, el absurdo de robar para ti lo que tú ya eres.
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