A Vanesa Montoya
          Con
 la excepción del Flamenco, de todos los tópicos, pasiones y fiebres que
 envenenan la mente de muchos sevillanos siempre estuve apartado y 
lejanísimo, fútbol, toros, semana santa, feria, rocío... pero desde el 
día que nos presentaron entró fuerte en mi mente. Todo el rato, los 
pocos ratos que estuvimos juntos, no podía dejar de observarla 
intensamente, la examinaba, la inspeccionaba, con una sensación creciente
 y extraña de verme y reconocerme en un fascinante negativo. Ella era 
mujer, joven, gitana y menuda, todo entusiasmo cabalgando su sueño con 
furia, fe, devoción, y duro entrenamiento a campo abierto, y yo, bueno, 
todos sus antónimos... -Tú eres matadora y yo soy budista- le espeté, 
después...-tu trabajas con animales y yo con máquinas-...y así cada poco
 interrumpía su conversación con una amiga a medida que intentaba 
comprender algo de lo que veía, pero todo lo que nos diferenciaba en el 
aspecto y la actitud empezó a disolverse, cuando empezé a recordar 
cuanto he amado los animales que aún viven libres y salvajes, el arte, 
el riesgo y la aventura, el doble animal y los sacrificios rituales que 
reviven el tiempo originario (Hubo un acto de violencia entre los dema 
que engendró la vida, afirman cientos de viejas culturas), los trajes de
 rayos de los brujos o los guerreros del espacio, esas chaquetas con 
espejos cosidos que solo les he visto a las gitanas de karnataka, y 
aquello que dijo Belmonte por su agujero en el altozano, que en el amor y
 en el arte hay identidad, porque ambos están libres de la voluntad...- 
tu trabajo es como el mío, los dos jugamos con la muerte, por los 
pitones de los cuernos y la gravedad que siempre te quiere llevar al 
lejano suelo, que no podemos equivocarnos sin pagarlo caro-...-te pasa 
como a mi, nunca te emborrachas del todo, eso es la deformación 
profesional de los prolongados estados de alerta-...Otro día vino 
directamente de su faena con la camisa manchada de sangre seca y los 
pantalones manchados de arena...- Yo también trabajo en las arenas, pero
 allí no hay sangre, bueno, menos hace dos años que mataron a treinta y 
tantos extranjeros-. Ella sonreía y parecía entenderme sin dificultad. 
Hace poco le dije que su memoria me da fuerza en las arenas del tedio y 
la repetición, nervio, temple y coraje en el ejercicio impecable de mi 
oficio volandero, así la recuerdo en mis arenas imaginándola en las 
suyas, flamencamente valiente y pecosa, esperando inmóvil la embestida, y
 te juro que sin miedo la matadora es un templo, o gloria o muerte a la 
salida. Gracias, Maestra.

 
 
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