A la Dama del Laberinto, una jarra de miel.
Tablilla cretense
No le pidan nada a los poetas, aparte de su algarabía de mutaciones y misterios, no sueñen con que se conviertan en las primeras antorchas de gasolina primaveral en sus plazas para acabar con un sistema sin el que no sabrían como vivir; no conozco a nadie medianamente cultivado capaz de convivir en un grupo organizado, igualitario, auto-gobernado y auto-suficiente, aún menos a alguien que incluya insectos en su dieta, como hacen en épocas de escasez los pocos cazadores-recolectores que aún habitan la tierra. Un niño del primer mundo puede reconocer miles de logos y marcas comerciales de bienes de consumo, pero apenas podría reconocer una pocas plantas comestibles cultivadas, y de las silvestres ni una. Desde que terminó la guerra fría todas las guerras y revoluciones son profundamente asimétricas, el enemigo pequeño y débil siempre es considerado terrorista, el terror se siembra con bombas, las bombas se fabrican con fertilizantes y otros químicos fáciles de conseguir -la composición e instrucciones circulan hace años por la red-, pero la poesía es un combate aún mucho más difícil, más delirante e imposible, la poesía no es un arma, ni está cargada de nada, a no ser de inocencia y fértiles nadas, en contra del sueño poético de muchos poetas nunca ha cambiado las cosas mucho más allá del interior del pecho del poeta mismo, la poesía es un hábil e inconcebible medio de acción mágica o irracional, un metalenguaje de frontera imposible de interpretar o traducir fuera de ella misma, el ejercicio de un pensar de un sentir conciente simbólico y superior impregnado de tal delicadeza moral, de tal dulcísima humanidad, que de ser obedecido colectivamente como prédica produciría al día siguiente en las calles algo parecido a esas estampas del paraíso prometido que tan abundantemente imprimen a todo color los testigos de Jehová. Por todo eso, les ruego que no le pidan nada a los poetas, ya tienen suficiente trabajo inventando idiomas nuevos por si nuestros nietos los escuchan, y aún más, si está en sus manos, déjenle a uno una habitación con vistas y comidas incluidas, como hizo el ebanista Zimmer con Hölderlin -sí, su lector-benefactor se llamaba habitación-, y podrán observar ese hamster en su laberinto, contemplar como ese parásito envejece y enloquece sin dañar a nadie, como entretiene a sus visitas hablando incongruencias sobre las estaciones, Grecia, o los dioses, da largos paseos por el campo o deja marrones a su nombre por los bares, hasta que un día comprenda que su inversión ha merecido la pena al descubrir unos versos incoherentes tallados a cuchillo sobre su mueble favorito:
Variadas son las líneas de la vida,
como los caminos o las siluetas de las montañas,
lo que aquí somos, un dios puede completarlo allí
con armonía, recompensa eterna y paz."
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